Se suponía que la imagen de una mujer tambaleándose sobre sus
pies vendados ejercía un efecto erótico sobre los hombres… Los pies de mi
abuela habían sido vendados cuando tenía dos años de edad. Su madre, quien
también llevaba los pies vendados, comenzó por atar en torno a sus pies
una cinta de tela de unos seis metros de longitud, doblándole todos los
dedos -a excepción del más grueso- bajo la planta. A continuación depositó
sobre ellos una piedra de grandes dimensiones para aplastar el arco
del pie. Mi abuela gritó de dolor, suplicándole que se detuviera, a
lo que su madre respondió embutiéndole un trozo de tela en la boca.
Tras ello, mi abuela se desmayó varias veces a causa del dolor.
El proceso duró varios años. Incluso una vez rotos los huesos,
los pies tenían que ser vendados día y noche con un grueso
tejido debido a que intentaban recobrar su forma original tan
pronto como se sentían liberados. Durante años, mi abuela vivió
sometida a un dolor atroz e interminable. Cuando rogaba a su madre
que la liberara de las ataduras, ésta rompía en sollozos y le explicaba
que unos pies sin vendar
destrozarían su vida entera y que lo hacía por su propia felicidad. En
aquellos días, cuando una muchacha contraía matrimonio, lo primero que
hacía la familia del novio era examinar sus pies… si los pies medían más de diez centímetros… la suegra… con
un brusco gesto de desprecio partía dejando a la novia expuesta a la
mirada de censura de los invitados, quienes posaban la mirada en sus pies
y murmuraban insultantes frases de desdén. En ocasiones, alguna madre se
apiadaba de su hija y retiraba las vendas; sin embargo, cuando la muchacha
crecía y se veía obligada a soportar el desprecio de la familia de su
esposo y la desaprobación de la sociedad, solía reprochar a su madre el
haber sido demasiado débil… No sólo se consideraba erótica la
imagen de las mujeres cojeando sobre sus diminutos pies, sino que
los hombres se excitaban jugando con los mismos… Las mujeres
no podían quitarse la venda ni siquiera cuando ya eran adultas, pues en tal
caso sus pies no tardaban en crecer de nuevo… Los hombres rara vez veían
desnudos unos pies vendados, pues solían aparecer cubiertos de carne
descompuesta y despedían una fuerte pestilencia.
De niña, recuerdo a mi abuela constantemente dolorida. Cuando
regresábamos a casa después de hacer la compra, lo primero que hacía era
sumergir los pies en una palangana de agua caliente al tiempo que exhalaba
un suspiro de alivio. A continuación, procedía a recortarse los trozos de
piel muerta. El dolor no sólo era causado por la rotura de los huesos,
sino también por las uñas al incrustarse en la planta del pie.
Esta es la verdad que se esconde detrás de lo que los poetas
chinos llamaban tierno sauce joven agitado por la brisa de primavera.”
Jung Chang, Cisnes Salvajes, Circe,
Barcelona 1993 citado por C. Rodrigañez, A. Cachafeiro, La represión de deseo materno y la
génesis del estado de sumisión inconsciente
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