El control entre los miembros de una pareja o, al menos, la posibilidad de ejercerlo, se intensifica a medida que aparece un nuevo avance de las tecnologías de la información y la comunicación. El ciberespacio está cambiando la forma en la que nos comunicamos (y vigilamos), y sus efectos en las relaciones de pareja no siempre tienen un cariz positivo. Como dicta la sabiduría popular: “todo en exceso es malo” y, precisamente, las herramientas digitales sirven para potenciar actitudes censurables en el mundo real, como es el caso del cyberbullying o sexting.
La violencia de género es otra de esas lacras que pueden encontrar nuevos y más potentes modos de expresión a través de las redes sociales. “Si a través de WhatsApp te pregunta todo el tiempo dónde estás y con quién, si se enfada cuando no contestas inmediatamente a sus mensajes, si en sus mensajes a veces hay insultos, si te pide que le mandes una foto para controlar cómo vas vestida, si dice sentir celos y te acusa de provocárselos… No creas que te quiere, lo que quiere es controlar tu vida, son síntomas de un machismo que puede ser peligroso, sal de ahí o busca ayuda”.
“La red es una gran oportunidad para la libertad de las mujeres, pero también puede ser una auténtica cárcel. Hay que aprender a detectar los síntomas de la violencia psicológica que, muchas veces, se convierte en violencia física”, (palabras de Elena Valenciano).
Luis Muiño, psicólogo y colaborador de El Confidencial, explicaba en un artículo divulgativo, titulado Cariño, a mí no me engañas, sé bien lo que estás haciendo, que “la hipercomunicación y la hipervigilancia son los fenómenos que más impacto están teniendo en las relaciones amorosas”.
Diversas investigaciones han relacionado el uso de redes sociales, principalmente Facebook, con un aumento de los problemas de celos entre las parejas jóvenes. Cuanto más tiempo pasan los miembros de la pareja en la red, más paranoicos se vuelven con respecto a lo que pudiera estar haciendo el otro.
“Esta red social nos permite seguir todas las relaciones de nuestra pareja: sabemos si siguen hablándose con sus ex, cómo es aquel amigo con el que se supone que nunca ha habido nada y en qué fotos (incluso anteriores al inicio de nuestro romance) está etiquetada”, apunta Muiño. Una situación a partir de la cual, añade, “viene lo peor: las especulaciones”. Como resultado, surge la obesión por incrementar el control y la vigilancia. Actitudes ambas que son fuente constante de conflictos en la pareja.
Las especulaciones son una de las actitudes más insalubres para una relación de pareja. El “¿qué haciendo conectada a las 3 de la mañana?” o el “¿por qué no me responde al mensaje si estoy seguro de que lo ha recibido y leído?” pueden dinamitar la confianza mutua y ser perjudiciales para las relaciones amorosas. Sobre todo, cuando la desconfianza se convierte en un problema endémico y uno de los miembros de la pareja se obsesiona por controlar la hora a la que se conecta o se desconecta el otro, el tiempo de demora en las respuestas o la conexión a una cierta hora en la que se presuponía que estaba ocupado. Es entonces cuando acecha la paranoia por la infidelidad y se deteriora la relación de pareja hasta acabar en ruptura.
Como concluía Muiño en su reflexión, “en estos momentos de cambio, nosotros seguimos llevando las riendas. Nosotros decidimos estar o no estar en ellas (las redes sociales) y qué nivel público queremos mantener. Lo característico del mundo moderno es la posibilidad de diversidad: podemos montar el modelo de pareja que más nos llene, algo que en otras épocas más encorsetadas resultaba imposible”. Educarse, y formarse en las redes y en la cibercultura que moldea el mundo de hoy en día, se vuelve imprescindible para que, al menos, internet no maximice los problemas que ya teníamos.
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